Todos los días, un cargador bajaba al arroyo para subir agua a la casa de su amo. Lo hacía con dos grandes cantaros que se hacía colgar a los extremos de un palo que llevaba encima de sus hombros. Uno de los cantaros era perfecto y entregaba el agua completa al llegar a la casa, mientras que el otro tenía una gruesa grieta.
Luego
de subir por el largo y pesado camino, el cántaro roto solo llegaba con la
mitad del agua. Desde luego el cántaro perfecto se sentía feliz y satisfecho
por poder cumplir fielmente el propósito que tenía de ayudar al cargador. Pero
el pobre cántaro agrietado vivía avergonzado de su propia imperfección y se
sentía muy apenado porque solo podía conseguir la mitad de lo que debía hacer.
Un
día, ya en el arroyo, el cántaro agrietado le habló al aguador: "Estoy
avergonzado de mí mismo y me quiero disculpar contigo...”
“¿Por
qué?” le preguntó el aguador.
Porque
debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga de agua, y terminó
haciendo de tu trabajo un peso más para ti.
El
aguador se sintió muy apesadumbrado por el cántaro, y después de un silencio, le
dijo con ternura: "Regresando a la casa de mi amo quiero mostrarte algo”.
Subiendo
pausadamente la cuesta, le pidió al cántaro roto que se fijara en el camino que
los llevaba arriba. Habían allí muchísimas flores hermosas a todo lo largo, y
esto le sorprendió gratamente. Luego, el aguador le dijo: “¿Te diste cuenta de
que las flores solo crecen de tu lado del camino? El agua que sale por tus
grietas riega la tierra por donde tú vas todos los días y hacen crecer
las flores. Si no fuera por ti, mi pesado recorrido sería árido y monótono.
Pero gracias a cómo eres, cada día es nuevo y mi camino se embellece”.
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