Prevalece ampliamente hoy en día una erosión de los
valores éticos que normalmente eran vividos y transmitidos por la familia y
después por la escuela y la sociedad. Esa erosión ha hecho que las
estrellas-guía del cielo quedasen encubiertas por las nubes de intereses
dañinos para la sociedad y para el futuro de la vida y el equilibrio de la
Tierra.
No obstante esta oscuridad, hay que reconocer también
la aparición de nuevos valores ligados a la solidaridad internacional, al
cuidado de la naturaleza, a la transparencia en las relaciones sociales y al
rechazo de formas de violencia represiva y de transgresión de los derechos
humanos. Pero ni aun así ha disminuido la crisis de valores, especialmente en
el campo de la economía de mercado y de las finanzas especulativas. Estas son
las que definen los rumbos del mundo y el día a día de los asalariados, que
viven bajo la permanente amenaza del desempleo.
Las crisis recientes han denunciado a las mafias de
especuladores instalados en las bolsas y en los grandes bancos, cuyo elevado
número y capacidad de rapiña del dinero ajeno casi hizo derrumbarse el sistema
financiero mundial. En vez de estar en la cárcel, tales bellacos, después de
pequeños reajustes, han vuelto al antiguo vicio de la especulación y al juego
de la apropiación indebida de los «commons», de los bienes comunes de la
humanidad (agua, semillas, suelos, energía, etc.).
Esta atmósfera de anomia y de que todo vale, que se
extiende también a la política, hace que el sentido ético quede embotado y,
ante la corrupción general, las personas se sientan impotentes y condenadas a
la amargura ácida y a la resignación humillante.
En este contexto muchos buscan sentido en la
literatura de autoayuda, hecha de trozos de psicología, sabiduría oriental,
espiritualidad con recetas para la felicidad completa, todo ello una ilusión,
porque no se sustenta ni se apoya en un sentido realista y contradictorio de la
realidad. Otros se procuran psicólogos y psicoanalistas que dan consejos mejor
fundados, pero en el fondo todo termina con las siguientes recomendaciones:
dado el fracaso de las instancias creadoras de sentido, como son las religiones
y las filosofías, y habida cuenta de la confusión de visiones del mundo, de la
relativización de valores y del vacío del sentido existencial, busque usted
mismo su camino, trabaje su Yo profundo, establezca usted mismo referencias
éticas que orienten su vida y busque su autorrealización.
Autorrealización: la palabra mágica cargada de
promesas.
No seré yo quien combata la autorrealización después
de haber escrito El águila y la gallina, una metáfora de la condición humana
(Trotta 2002), libro que estimula a las personas a encontrar en sí mismas las
razones de una autorrealización sensata. Ésta resulta de la sabia combinación
de la dimensión águila y de la dimensión gallina. Cuándo debo ser gallina, es
decir, concreto, atento a los desafíos de lo cotidiano, y cuándo debo ser
águila que busca volar alto para, en libertad, realizar potencialidades
escondidas. Al articular tales dimensiones se crea la posibilidad de una
autorrealización exitosa.
Pienso que esta autorrealización sólo se alcanza si
incorpora seriamente otras tres dimensiones. La primera es la dimensión de
sombra. Cada cual posee su lado autocentrado, arrogante, y otras limitaciones
que no nos ennoblecen. Esta dimensión no es un defecto sino un signo de nuestra
condición humana. Acoger tal sombra, y cuidar de que sus efectos negativos no
alcancen a los demás, nos hace humildes, comprensivos con las sombras ajenas y
nos permite una experiencia humana más completa e integrada.
La segunda dimensión es la relación con los otros,
abierta, sincera y hecha de intercambios enriquecedores. Somos seres de
relación. No hay ninguna autorrealización si se cortan los lazos con los demás.
La tercera dimensión consiste en alimentar un cierto
nivel de espiritualidad. Con esto no quiero decir que la persona deba
pertenecer a alguna confesión religiosa. Puede ocurrir pero no es
imprescindible. Lo importante es abrirse al capital humano/espiritual que, al
contrario del capital material, es ilimitado y hecho de valores como la verdad,
la justicia, la solidaridad y el amor.
En esta dimensión surge la pregunta inaplazable: ¿Qué
sentido tiene al final mi vida y todo el universo? ¿Qué puedo esperar? ¿La
vuelta al polvo cósmico o el abrigo en un Útero divino que me acoge así como
soy?
Si esta última es la respuesta, la autorrealización
traerá profundidad y una felicidad íntima que nadie puede quitar.
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